Silvia Wolf, domadora de serpientes

Antes de que su cabeza tocase la tierra húmeda, Ramiro ya sabía que se estaba muriendo. Había caído junto a la acequia. No le dolía la herida en el costado que le produjo la navaja de su amigo, Ramón el Guapo; tampoco la del pecho. Estaba sangrando pero no lo notaba porque su ropa ya estaba empapada por la lluvia antes de que se iniciara la pelea.


Cesó el aguacero. Sobre el rostro cada vez más pálido de Ramiro las flores blancas del saúco descargaban gotas del agua de lluvia acumulada. No cerró los ojos porque quería mirar la muerte a la cara. No es como me la imaginaba, pensó, hasta parece hermosa.


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